Hay un canto que solo las hijas pueden escuchar, un eco antiguo que nace en lo más profundo del vientre materno y viaja a través del tiempo, como el susurro del mar en el interior de una caracola o el piar de un ave llamando a su cría entre la espesura. Es un llamado que no entiende de distancias ni de horas, que vibra en el aire cuando una hija se aleja para seguir su destino, cuando el amor la guía por otros caminos o cuando la vida la invita a volar.
Ese lazo invisible, tejido con hilos de amor y savia de la sangre, une a las madres con sus hijas y a las hermanas entre sí. Es un latido compartido que se siente en la piel, en el alma, en el susurro del viento cuando el corazón anhela el regreso.
No importa cuán lejos vuele una hija, siempre llevará en su pecho el eco de esa voz materna, dulce y eterna, que le dice sin palabras: ¡Aquí estoy, aquí estaré, aquí te espero!
