Los cuatro destinos después de la muerte para los mexicas.

Por : 

María del Carmen Aquino. #LaFandanguerita 

«Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:

¿acaso deveras se vive con raíz en la tierra?

No para siempre en la tierra:

Sólo un poco aquí.

Aunque sea de jade se quiebra,

Aunque sea de oro se rompe,

Aunque sea plumaje de quetzal se desagarra.

No para siempre en la tierra:

Solo un poco aquí.»

Introducción

A lo largo de la historia de la humanidad, todas las culturas han tenido distintas formas de entender la muerte y, por lo tanto, también distintitas formas de celebrar los rituales a ella.

En el caso específico de la cultura mexica es importante tener en cuenta que no tenían las perspectivas católicas del bien y el mal, el cielo y el infierno, el gozo o el castigo. Los mexicas creían que había distintos lugares para las almas y el acceso a cada uno de ellos estaba determinado por la forma de su muerte. Eran cuatro los destinos a los que las almas debían llegar: el Tlalocan, el Omeyocan, el Mictlán y por último el Chichihualcuahco. A continuación, se detallará cada uno.

 

El Tlalocan

Tláloc, el dios de la lluvia era el regente del Tlalocan, el cual era uno de los lugares a los que iban las almas. La condición para acceder al Tlalocan era tener una muerte relacionada al agua, por ejemplo, haber muerto ahogado, por un rayo, haber sido sacrificado en honor a Tláloc o tener alguna enfermedad como la hidropesía (retención de líquidos).

Los cuerpos de los difuntos destinados al Tlalocan tenían un trato especial, les ponían semillas en la quijada ya que el objetivo era que sus cuerpos fueran un simbolismo de las semillas que al ser enterradas iban a germinar, comenzado así nuevamente el interminable ciclo de la vida.

El Tlalocan, es representado como un lugar lleno de felicidad, con abundantes manantiales y ríos, con una tierra fértil en la que nacían toda clase de árboles frutales, es decir que, en nuestro concepto actual, el Tlalocan era un paraíso.

 

El Omeyocan

Los mexicas eran una sociedad guerrera por excelencia, haciendo de la guerra parte de su ser, morir en batalla era la muerte deseada, es por esta razón que el Omeyocan o casa del sol era el lugar destinado para los guerreros muertos en combate, también iban a él los cautivos de guerra que eran sacrificados y un caso especial eran las mujeres que morían en el parto, ya que, al dar a luz, ellas también libraban una batalla y eran consideradas guerreras y mujeres valientes.

Era un lugar donde diario se festejaba el nacimiento del sol, con cantos y bailes, las flores nunca se marchitaban. Además, los que habían sido destinados a este lugar tenían la oportunidad de regresar al cabo de cuatro años, volvían en forma de aves de plumaje hermoso.

 

El Mictlán

Otro de los lugares a los que iban las almas de los difuntos es el Mictlán, el señor de este lugar era Mictlantecuhtli al lado de su esposa Mictecacihuatl, a este sitio eran enviados los que tenían una muerte que no estaba relacionada ni a la guerra o al agua.

Las almas que accedían al Mictlán iban acompañadas de un perro que los ayudaría a transitar cuatro años por distintos lugares hasta llegar al Chignahuamictlán donde finalmente descansarían.

Al llegar ante Mictlantecuhtli las almas le entregaban algunos objetos como ofrenda, por ejemplo: algodón, hilos de colores, mantas, cañas de perfume, etc.

 

El Chichihualcuahco

Este lugar era muy especial, ya que a él eran enviados los niños que habían muerto de forma prematura, había un árbol que tenía la función de ser la nodriza de los niños y los alimentaba hasta que reencarnaran.

Los niños que iban aquí se supone que no habían probado nunca el maíz, es decir que no habían tenido contacto directo con la tierra, ni con el ciclo de la vida, por ello se les daba la oportunidad de regresar cuando la raza que habitaba en la tierra fuera destruida, entonces ellos regresarían para poblarla nuevamente.

 

A manera de conclusión…

Los mexicas entendían la muerte de una manera muy distinta a la nuestra, que ya está totalmente permeada por los preceptos católicos, quizás por esta razón nunca lleguemos a comprender totalmente la profundidad del significado que tenía en las culturas mesoamericanas.

 

Fuentes de consulta:

Poema de Nezahualcoyotl. León-portilla, Miguel, Quince poetas del mundo náhuatl, México, Editorial Diana, 1994.

López Austin, Alfredo. «Misterios de la vida y de la muerte», en Arqueología mexicana, La muerte en el México prehispánico, México, Editorial Raíces, Vol. VII, No. 40, Noviembre- Diciembre, 1999.

Matos Moctezuma, Eduardo, «La muerte entre los mexicas. Expresión particular de una realidad universal», en Arqueología mexicana, México, Editorial Raíces, edición especial, No. 52, octubre, 2013.

Sahagún, Bernardino, Fray, Historia general de las cosas de la Nueva España, México, Porrúa, «Sepan cuantos…», No. 300, 11ª ed., 2013.

Zarauz, Héctor. La fiesta de muertos, México, MVS editorial, Biblioteca básica de México, 2000.